El Cultivo del Olivar






La mayoría de los cuidados culturales del olivo, como por ejemplo el riego, la fertilización y la poda, tienen una gran influencia a nivel de producción pero influyen poco en la calidad del aceite obtenido. Sin embargo determinados tratamientos fitosanitarios son decisivos para conseguir calidad.

En aquellas zonas donde la lluvia es un factor limitante para la producción y, desgraciadamente, lo es en la provincia de Jaén y en la mayor parte del área olivarera española, el riego es una técnica cultural aconsejable desde el punto de vista de la producción, ya que la producción puede aumentar entre el 50% y el 100% dado por aumento de tamaño de los frutos y el número de frutos cuajados por planta.

La cantidad de agua necesaria para regar el olivar es mucho menor que para otros cultivos. Por ejemplo, los frutales necesitan unos 7.000 m3/ha mientras que el olivar tradicional sólo precisa unos 2.000 y el olivar intensivo unos 3.000. Pero teniendo en cuenta la falta de agua que padece esta zona, uno de los objetivos fundamentales es optimizar el uso de la misma. El estado actual de conocimientos técnicos sobre el riego del olivar permite programar los riegos para obtener la máxima producción.

Por otra parte, al igual que cualquier otro cultivo, el olivar recibe agua de la lluvia. El agua de lluvia, en condiciones climáticas normales, puede aportar entre un 60% y un 75% del agua total necesaria. El objetivo es aprovechar en la mayor medida posible el agua de lluvia y, con este fin, es importante reducir la cantidad de agua evaporada desde el suelo. Casi todo el mundo es consciente de las pérdidas de agua debido a la impermeabilidad de los suelos, pero casi nadie sabe que por evaporación desde las capas superficiales se pierde una gran cantidad de agua, pérdidas que en este clima se pueden evaluar en un 50%. Todo ahorro en la cantidad de agua evaporada se traduce en un beneficio para el olivar, y en el caso de un olivar de riego, en una reducción del agua aportada, que en el área de esta provincia es cara ya que, bien sea de río o subterránea, los bombeos se encuentran a bastante profundidad, con lo que el coste energético es elevado.

En cuanto a las labores de la tierra, el laboreo o arado siempre se ha tenido como muy favorable para el cultivo, ya que por una parte elimina la capa vegetal que absorbe agua y por otra aumenta la capacidad de infiltración del suelo. Sin embargo, hay que tener en cuenta que sólo aumenta la infiltración en la capa superior del suelo y que puede verse reducida en capas más profundas debido a la presencia de suelos que retienen el agua en superficie favoreciendo la evaporación. Además el efecto del laboreo es perecedero, puesto que la infiltración aumenta después de realizada la labor, pero tras una lluvia intensa se reduce drásticamente y sólo labores repetidas podrían hacer en principio que se infiltrara el agua. Pero, sin embargo, se ha comprobado que una sola labor al año puede ser suficiente para mantener tasas más altas de infiltración en el terreno.

Esto es debido a que el laboreo favorece la aparición de las suelas de labor, que son esas capas endurecidas debido al paso de las labores. El mantenimiento de una cubierta vegetal de hierba durante el invierno es la forma más eficaz de aumentar la infiltración y evitar la aparición de esas capas superficiales endurecidas. Lejos de poder decirse que toda labor es un riego, más bien diremos que es un despilfarro importante de agua, sobre todo cuando se realizan las labores en primavera con aperos que cuartean la tierra. La reducción de las labores en primavera favorece la conservación del agua ya que la costra que se forma en los suelos no labrados es una trampa que reduce las pérdidas por evaporación.

Otra causa importante de pérdida de agua es la presencia de malas hierbas en primavera, sobre todo si pensamos que esas malas hierbas, además de consumir agua, exigen labores para controlarlas que obligan a perder aún más agua. Por ello se aconseja en primavera el uso de herbicidas antes que el uso de gradas de disco para su erradicación.

Otro aspecto en cuanto al cultivo del olivar es la utilización de abonos y fertilizantes. Es necesario tener presente que estas tareas, realizadas de manera racional, contribuyen a obtener de la planta la máxima respuesta productiva. Pero que realizadas sin control pueden, o bien resultar excesivamente caras para el rendimiento que se produce por una sobreutilización de los mismos, por no tener efecto alguno ya que no se utilizan los productos adecuados, etc. o bien resultar incluso perjudiciales.

En cuanto a la calidad de los aceites obtenidos, ésta es independiente del uso o no de fertilizantes. En cuanto a la poda, debe contribuir a mantener la copa perfectamente aireada e iluminada, para lo cual la forma de la planta debe ser aquella que permita una mayor superficie iluminada y con aclareo de ramones que haga compatible una buena producción con un buen tamaño de los frutos. Además debiera adaptar el árbol a la mecanización de la recolección, para evitar los daños ocasionados a los frutos en la recolección por vareo.

Por último, la protección vegetal o fitosanitaria del olivo mediante la fumigación es sin duda la técnica de cultivo que más influencia tiene en la calidad del aceite obtenido. Las plagas y enfermedades que atacan al olivo se pueden clasificar según los daños que causan al fruto en:

– Las que favorecen la caída de los frutos maduros o casi maduros, como el barrenillo, el repilo, el escudete o la mosca.